“Quita esa música, es muy triste”, y tu mirada palideció. Nos dedicamos a escoger canciones alegres durante toda la noche, a arañar horas bajo la luz tímida de la vela, a jugar para no hablar.
Y yo no hacía más que pensar que la piscina estaba llena, que si te tirabas no te iba a pasar nada y que es mejor la pena –el dolor- que la nada. Sabía, ahora lo sé, que ni con manguitos te ibas a sumergir en las aguas cristalinas.
Y la tenue luz abandonó el cuarto. Todo se inundó de silencio, caricias y palabras no dichas, que son las mejores y más valientes (si las multiplicamos por 0,09).
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