Toda la información te conmueve, todo es digno de ser escrito, de no ser baladí, ni siquiera una risa irrisoria que te haga mover las comisuras. Todo se mueve a tu alrededor y existe un punto de vista que nadie ha visto –o al menos eso crees tú-. Te conmueves. Te conmueven todos esos datos llegando hacia ti, como ejércitos del aire que van aterrizando en tu cumbre, donde organizan una reunión para valorar quien tiene cabida y quién no. Al final todos entran, sin filtro alguno.
Los párpados caen. Sientes una gran opresión en tu interior: tu cabeza en medio de una prensa en la que las manivelas no dejan de dar vueltas. Te mareas, pierdes el equilibrio, notas que te caes, pero luchas contra ello. Te falta el aire, cada vez más nublado, más esfuerzos por mantener los ojos abiertos, menos motivos para seguir de pie luchando. ¿Y si me dejo ir? ¿Y si no lucho más? ¿Quién me recogerá?
Ahora solo escuchas tu interior: un gran eco enorme, el trabajo de todos tus órganos, la respiración acelerada. Traspiras y tienes ganas de llorar y de que todo esto acabe.
Ahora cierras las compuertas, porque todas las palabras e imágenes que llegan te hacen daño, te oprimen. Y te das cuenta de que lo que te oprime es lo que te hace feliz; y te das cuenta de que eres una incapaz para este mundo, todo son muestras de invalidez.
Te acurrucas en ti misma, deseando que llegue la noche o un huracán que se lo lleve todo. Cierras la puerta de tu cuarto y te sumerges en el mundo de ficción, controlando, una vez más, que nada altere el latido de tu corazón. Maldita zona de confort.
Actualización: Artículo "Si quieres vivir de forma plena, sal de tu zona de confort"
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