Los restos del naufragio |
Cristales rotos en el suelo. Sientes su crujido bajo la suela de tus zapatos y te das cuenta de que eres tú el culpable de ese desolador escenario: lanzaste tantas piedras que una de ellas quebró la ventana en mil añicos.
Conduces tu coche de manera mecánica, queriendo escapar de la ciudad, pero no hay fin en esa carretera solitaria; subes el volumen de la radio, abres todas las ventanillas y sientes liberarte. El pelo en la cara, la música, el pie en el acelerador. Reduces: el oxígeno va llegando, la presión de los ojos disminuye.
Llegas a casa y, en silencio y sin encender luces, te metes en la cama. Cierras los ojos y rezas porque mañana brille el sol, porque los cristales rotos hayan desaparecido.
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