Se dieron cuenta de que le faltaba un corazón, así que le instalaron uno mecánico. Funcionaba con pilas -de las pequeñitas-, pero nunca supe qué pasaba cuando se gastaban (tampoco me interesó el proceso de recambio). Iba a control remoto: a mil revoluciones se tiraba en parapente, a cero revoluciones se agarraba a la cama. A veces me hacía dueña del control y yo iba manejando la aguja de las revoluciones a mi antojo; otras veces –las que más-, enterraba el infernal aparato en elfondo del mar.
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