La sombrilla multicolor comenzó a girar. Tú dijiste que cuando parara, el regulador de altura señalaría a quien terminaría muriendo de amor. Era verano. Tu piel morena lucía aún más brillante y tu mano segura y eficaz trataba de apaciguar una onda de pelo travieso. Nos hacíamos acompañar por shandys y aceitunas, risas y miradas. No recuerdo a quien señaló la sombrilla, tampoco me importa, solo sé que este juego fue el inicio de todo: la entrada a este mar de dudas donde nos balanceamos en una frágil balsa.
“Todo lo que me pasa últimamente es muy poco racional, con lo que yo soy, con lo que yo era, devota del método cartesiano”, dijiste sin pestañear, mientras saboreabas otro sorbo de cerveza. Yo te sugerí que te estabas abandonando al empirismo, que las puertas de la percepción sensorial se te estaban abriendo y que brindásemos por Hume.
“No paro de pensar, arráncame la cabeza”, me suplicaste. Luego te llegó un rayo de sol clarividente a través de la sombrilla, te rendiste, enarbolaste el pañuelo blanco y concluiste con que pensar es siempre sentir y nada más que sentir. “¿Y qué es sentir?”, te pregunté ignorante. “Sentir es constatar la propia existencia; no tenemos otro medio para tomar conciencia de que existimos”.
“Pero, ¿de qué dependen las acciones, de qué depende que te quiera?”, hablé sin pensar, sintiendo. “Tanto de nuestros pensamientos como de nuestros sentimientos. La dicotomía entre lo emocional y lo racional se asemeja a la distinción entre el 'corazón' y la 'cabeza'. Saber que algo es cierto 'en nuestro corazón' pertenece a un orden de convicción distinto -de algún modo, un tipo de certeza más profundo- que pensarlo con la mente racional” (“La inteligencia emocional”, Goleman).
Sujeté la sombrilla, abrí el regulador de altura y la subí todo lo que pude, casi a nuestra altura: más alto que nosotros solo el cielo. Lo saboreamos de un azul almendrado, puro y bello, esperando, porque aún no hemos visto nada, "lo mejor espera a la vuelta de la esquina (,,,). Nunca pensaste que los sueños demandarían tanto de nosotros dos".
“Lo que me pasa ahora se parece más al mar golpeando, se parece a una lluvia lacerante, se parece al bramido de un animal en fuga”, exclamaste mientras yo hundía tu cabeza en mi pulóver.
“Pienso, luego soy es la frase de un intelectual que menospreciaba el dolor de muelas. Siento luego soy es una verdad de una validez mucho más general y se refiere a todo aquello que vive. Mi yo no difiere sustancialmente del vuestro por aquello que piensa. Hay mucha gente y pocas ideas: todos pensamos aproximadamente lo mismo y nos comunicamos las ideas, las pedimos prestadas, las robamos. Pero, si alguien me pisa un pie, solo yo siento el dolor. No en el pensamiento, sino en el sufrimiento, es donde se halla la esencia del yo; el sufrimiento es el más básico de todos los sentimientos. Sufriendo, ni un gato puede dudar de su yo único e irremplazable. Cuando sufrimos, el mundo desaparece y cada uno de nosotros se queda solo consigo mismo. El sufrimiento es la universidad del egocentrismo.
"(Las relaciones) son completamente irracionales, locas y absurdas”
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