… en el que nos creímos inmortales, héroes de una saga milenaria capaces de soportar las más fieras embestidas que el destino cruel nos quisiera arrojar. Porque cuando éramos inmortales, todo era un juego inconsciente: estúpidos indolentes de un tiempo inexorable.
Tú distraías tu mente apocalíptica golpeando el techo de tu cuarto con una vieja pelota. Te acostabas en la cama, mirabas fijamente tu infinito superior y confiabas en que esa pelota te devolviera alguna respuesta: no había llegado aún el día de tu nacimiento. Ni el francés, ni el alemán ni tan siquiera el latín te mostraron el sentido de la vida, pero sí conseguiste crear un lenguaje propio uniendo un ‘grand coeur’, con tu ‘geist’ en un ‘furiosum mundi’. Pequeño koala, tratando siempre de llevar una vida lenta en un mundo sin tregua. Mucha sensibilidad para esta locura infernal que ni una llave de taekwondo pudo apaciguar.
Dejaste marcado en el mapa todos los caminos que recorriste: con chinchetas de colores quedaron las ciudades, las personas, las historias, las sonrisas. Sospecho que al llegar Santiago sentiste paz y que en los Acantilados de Moher llegaste a tocar el cielo. Pequeño gran koala, que aunque el recorrido era largo, paso a paso llegabas; que el sinsentido con sentido nunca tuvo validez; que un abrazo tuyo podía romperme en mil pedazos y a la vez reconfortarme; que esa sonrisa de niño travieso queda eterna.
H.S.O
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario ;-)