domingo, 7 de agosto de 2011

El regreso

Buenos Aires quedó atrás: las avenidas con rumbo al cielo, el trasiego de hormigas en el mar de ruidos y prisas, los taxistas que cambiaban mi cara por un euro; los alfajores que endulzaban el frío invierno, la inmensidad del cielo cristalino porteño. Dejo atrás el chamuyismo, la palabra sin fin, el piropo lascivo.

Abandono a su suerte la ira con los colectivos, el desorden hiriente, la contaminación acústica y ambiental. Dejo atrás el olor a libro usado, las cafeterías literarias, la pequeña Broadway, la conversación ilustrada. El helado en Mafalda, los domingos en San Telmo, los paseos por Puerto Madero. Echaré de menos las risas brasileñas, colombianas, mejicanas; ¡respirar el mismo aire que tantos escritores! Alguna Casa tomada, Juan Pablo Castel y su obsesión en la Plaza San Martín.

No olvidaré la cumbia en el boliche, tus ganas de vivir, la Quilmes con los amigos, el choripán y la madrugada en el Obelisco; tu política en la calle ni la sonrisa de una madre de mayo. Me emociono al recordar cómo me abriste los brazos, sin preguntarme de dónde venía o hacia dónde iba.

Mi pequeña Buenos Aires, la misteriosa, tantas cosas que me quedan por descubrirte, hay tanto que curiosear en ti. Eres una adivinanza, un juego que hay que descifrar poquito a poco. Ciudad que nunca duerme, ciudad poliédrica, de las mil caras: te amé y te odié a partes iguales. Ahora te echo de menos, como los amantes furtivos que se dejan y se piensan.

¡Ay, Buenos Aires querida, qué pena dejarte atrás y qué suerte pensar que te tengo delante!

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