…habita su guarida la mayor parte del tiempo. Sale de ella cuando necesita víveres y es en ese preciso momento en el que todos podemos admirar sus encantos. Levanta sus orejitas a modo de antenas y, a la misma vez, alza su mirada iluminada por esos ojos llenos de luz y vida.
Tardé, pero al final me di cuenta: padezco de Síndrome del paracaidista. Desde pequeña lo he sufrido, pero no ha sido hasta llegar a la edad ¿adulta? cuando he logrado ponerle nombre a tal concepto romántico.
Caía sol como miel, empalagando todo el pueblo con su meliflua indigestión. Todos, somnolientos, alrededor de la mesa, viendo la última telenovela. Tía Julia se levantó de repente y salió por la puerta. Nadie supo adónde iba. Solo después lo supimos.
Nunca le gustaron las certezas asentadas. La duda (razonable o no) siempre fue su preferida. Descubrió, con el paso de los años –y de las pérdidas- que es mejor moverse entre distintas posibilidades humanas, bucear entre universos de corales y chapotear los días de lluvia.