sábado, 2 de noviembre de 2013

Por culpa de la serotonina

La grieta de la pared ha vuelto a llorar y esta vez destila serotonina a borbotones. Una gota incesante cae por la canaleta y va golpeando mi cabeza en un continuo gong sectario. Y es esa gota la que se transforma en lágrima, que derretida y cristalina, parte mi cara en dos. Y es esa lágrima herida la que oprime mi pecho.

Me detengo a contemplar la grieta, analizando todos sus rasgos, y eso me hace pensar que ya no queda literatura y que ya nada importa, que una luz blanca lo ha nublado todo. O puede que una bolsa de plástico grande nos esté limitando la visión sobre lo que verdaderamente importa. O quizá le estemos dando demasiada importancia a las cosas sin importancia y solo se trate de una broma muy bien planeada.

Una nube se ha posado en mi ventana impidiéndome abrirla. Me conformo con sentarme y mirar a través del cristal. Trato de pensar para olvidar, pero la nube toca el cristal: la dejo entrar en mi cuarto. Mira la grieta, su mirada sigue la gota que continúa cayendo sobre mí y opta por adentrase en mis entrañas, un gesto que consigue sacarme de encima esta máscara de eterna sonrisa.

Las paredes ya se han llenado de humedad. Yo trato de buscar la salida, pero no sé por dónde entré a esta trampa, que una vez más ha cumplido su amenaza de derribarlo todo y dejar tan solo restos de un naufragio bajo el Puente de Brooklyn. La mancha de humedad en el colchón me hace pensar unas veces en la soledad y otras en ti, lo que viene a ser lo mismo, lo que ya da igual.

El camino que con un cincel te fui construyendo para que pisases sobre seguro se ha vuelto angosto, casi ha desaparecido dentro del bosque donde los árboles apenas dejan ver. Quédate con tus fantasmas, yo seguiré sintiendo la gota incesante sobre mi cabeza. 

Que lo único constante y seguro que nos una sea la sensación de los días azules en el norte.

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