domingo, 15 de diciembre de 2013

Anclada al sol polaco

Junio. Varsovia. El sol se presentaba tímido: jugaba a esconderse tras el manto de nubes perennes. Un sol frío blanco parecía querernos castigar con su ausencia, o quizá solo quería dejar constancia de la importancia que en mi vida ejercía

Y llegó el primer rayo. Asomó, sonrojado, su cabecita de querubín por entre las nubes. Y esa luz cálida dio contra mi cara, dejándome al instante cegada frente a tanta belleza. Me desnudé: me quité las gafas, la bufanda, el gorro; me abrí pura, cerré los ojos y me detuve frente a él, sintiendo su leve caricia en mí, sintiendo cuánto lo había echado de menos. 

Me tumbé en el primer banco que encontré, apoyé mi cabeza sobre el bolso y me dejé sentir acurrucada entre sus brazos. Pasaron las horas y cuando desperté, ya los primeros rayos de verano inundaban la ciudad. Olía a invierno. Sonaba a verano. Sabía a fresa bordeando la comisura

Me quedé anclada al eterno resplandor del sol polaco… 

How happy is the blameless vestal’s lot! 
The world forgetting, by the world forgot. 
Eternal sunshine of the spotless mind! 
Each pray’r accepted, and each wish resign’d. 
(Eloisa to Abelard, Alexander Pope) 

¡Qué feliz es la suerte de la vestal sin tacha! 
Olvidarse del mundo, por el mundo olvidada.
¡Eterno resplandor de la mente inmaculada! 
Cada rezo aceptado, cada antojo vencido. 

*Anclaje: asociar un gesto, un movimiento, o una palabra a una emoción concreta.

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