lunes, 31 de agosto de 2015

Síndrome de Estocolmo (historia de un rapto)

No podría asegurar cómo sucedió de nuevo, ni tan siquiera asegurar el lugar donde tuvieron lugar los hechos. Pero sí recordaba su mirada penetrante de grandes ojos, su olor a nuevo día y sus brazos fuertes que volvían a raptarme.

Me cogió desprevenida (cual zombi a la intemperie): pocas horas de sueño, la forma de la almohada aún en mi cara. Me subió a un vehículo motorizado y comencé a tranquilizarme al ver paisajes reconocibles y su sonrisa de soslayo; sin embargo, seguía sin saber adónde íbamos hasta que en un ¡chas! de dedos aparecí comiendo un donut en un avión. Miré a mi lado y ahí continuaba con los ojos cada vez más abiertos conforme el azúcar entraba en contacto con sus venas. Un viaje rápido, agradable, contemplando como el astro rey iba desperezándose.

Olor a arena, sabor a relajo, gusto a mar…y un taxi en el que no abrir mapas y una cafetería donde miles de búhos coloridos te observan tomar un dulce de amapolas bajo la luna lunera. Yo seguía en cautela, dejándome llevar, curiosa por conocer el siguiente paso de mi raptor. 

Me encerró en un cuarto de hotel que acondicionó a su antojo, me dejó dormir bajo el murmullo de los niños en la piscina y cuando desperté ahí seguían sus ojos cautivadores. Tengo hambre, le dije. Comeremos pescado, respondió. No tenía elección, pero me dejaba llevar. 

En medio de dunas y grandes playas tuve una iluminación: no tenía escapatoria. Margullamos y hasta mi raptor se atrevió a hacer alguna figura de natación sincronizada simulando ser una sirena en proceso de adaptación. En ese periodo de despiste y margullos varios, podía haber escapado, pero varias circunstancias lo impedían: 1. Tengo más destreza pelando una cebolla que nadando. 2. Podría haber corrido pero nunca se me dio bien caminar sobre las aguas. 3. El tiempo con mi raptor no estaba siendo tan malo y yo simplemente me dedicaba a remojar mi armadura resquebrajada con el agua del mar. Una ráfaga de viento nos metió dentro de un corralito. Nos ayudamos a untarnos crema porque otra cosa no, pero aunque raptor y presa, no queríamos parecer gambas doraditas. 

La tarde se desmayó, el atardecer trajo una luna perfecta. La he puesto ahí para ti, dijiste. Y sí, pensé que todo tan perfecto e idílico tan solo podía ser producto de un plan contratado. Y la noche y sus cervezas y mojitos. Un bar surfero donde se mezclan los locales con los turistas, los rastas con los pijos, los guiños con las sonrisas profident dentro de selfies inacabables. Todos bajos el ritmo funky de un dj espídico. Y me dejo llevar y me devuelves al hotel por un camino con topacios y furgonetas sospechosas que se abren. Un cigarro bajo una manta, mi cuerpo que ya no consigo mover y la memoria desaparece. 

Ante el juez, nunca podré decir que me mataste de hambre. Desayuno con fruta y yogur de maracuyá, cabalgando la mañana sin dejar de vernos en los espejos. Haremos competencia a los niños delfines y chapotearemos también en la piscina bajo la atenta mirada de una socorrista alemana demasiado vieja para algunas cosas modernas. Pescado y más cerveza y un margullo de despedida. La tarde llega a su fin y es hora de hacer el mismo recorrido en sentido inverso.

El rapto ha acabado, me dices. Y yo te digo que no voy a oponer resistencia a continuar secuestrada. Y sigo en cautela, dejándome llevar, curiosa por conocer el siguiente paso de mi raptor, remojando la armadura cada vez más ajada…


2 comentarios:

  1. ...deja la armadura, no tiene sentido

    ResponderEliminar
  2. retiro lo dicho, estar enamorada es una puta mierda....ya ni escribes !!

    ResponderEliminar

Gracias por tu comentario ;-)