domingo, 10 de abril de 2011

San Telmo, o la ruptura espacio-temporal

Llueve sol como miel. San Telmo, una de la tarde de un domingo. Mi primer domingo en éste que poco a poco se está convirtiendo en mi barrio. Miro el destartalado empedrado y recuerdo la plaza de San Telmo, en Las Palmas de Gran Canaria; la plaza que abre paso a la Estación de guaguas y que mira a la Avenida marítima, al Océano Atlántico, ese mismo Océano que baña las costas argentinas. San Pedro Telmo, patrón de los marineros, o eso al menos quiero creer yo.


Con ojos curiosos, evitando todo vestigio de mentalidad europea, en la esquina de la calle Humberto I con Defensa, veo ritmos y cuerpos acompasados. Un ambiente de informalidad hace estallar mi sonrisa. Sonido de batucada recorre la calle y no puedes evitar marcar el paso con el pie o la cabeza. Los atrevidos –más atrevidas- mueven las caderas y siguen el desfile colorista y festivo. En la plaza Dorrego, una pareja comienza a bailar tango: él, un señor entrado en años, minuciosamente vestido y con sombrero de medio la’o –como Pedro Navaja-, la agarra a ella por la cintura con firmeza, clavando su mirada desafiante en los ojos alegres de la mujer. Los curiosos fotografiamos el momento -¡imposible capturar la magia!-.

Los puestos se suceden unos tras otros, sin orden aparente: vidrios llamativos, objetos antiguos (joyas, teléfonos, estampas,…), pinturas, bellos mantones, láminas fileteadas, … y personajes curiosos, que al menos en mí despiertan interés. Una mujer viste un traje de época colorido y barroco, camina y se contonea: ella sabe que llama la atención, pero yo sólo pienso en el calor que debe de estar pasando.  Un chico de aspecto sueco, profundamente rubio, con rastas, vende collares y pulseras de cuero en un perfecto argentino: “¿Ché, vos de dónde sos?”, pregunta pícaro y guiña un ojo. Hay gente sentada en las aceras, bebiendo mate o Quilmes; otros, directamente, han optado por echar la siesta al cobijo de la sombre de un árbol. Algunos curiosos, preguntan-preguntan y no compran nada; otros, expertos, van a por el objeto deseado. A los más despistados les sirve cualquier objeto que cumpla el papel de souvenir: “Y este pañuelo para la abuela, que seguro que le gusta”.

Mimos que susurran, actores callejeros que enmudecen. Y sigue la marcha brasileña, diluyéndose a lo largo de Defensa. El tiempo en Dorrego se ha detenido, -¿quizá en los años 40?-, y un láser siglo XXI atraviesa ese espacio temporal: es el móvil última generación que captura toda imagen, es el turista haciendo clic, el vestido Dolce&Gabana, el cinturón Armani, el regateo en dólares, el inglés chapurreado. ¿Extranjeros de un tiempo o turistas de un espacio? La estampa argentina cumple bien el estereotipo. Todos desarrollan su papel encomendado dentro de la función y esperan el aplauso materializado en alguna venta.

Ya casi no se escucha la batucada. Ahora empieza la suave melodía de un bandoneón: “Por una cabeza/ si ella me olvida/ qué importa perderme/ mil veces la vida/ para qué vivir”.

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