domingo, 1 de enero de 2012

Contraseñas

Mi vida, últimamente –y ya hace algún tiempo-, es un continuo devenir de contraseñas: móvil, ordenador, correo electrónico, cuenta bancaria, microondas (¿)… Si alguien averiguase mi fecha de nacimiento, se sonrojaría de las cosas que encontraría en mi bandeja de entrada de gmail o tiraría mi móvil en el primer vertedero que encontrase tras ver las últimas fotos "artísticas".

Sin oficio ni beneficio, salgo a la calle. Enciendo el coche con la clave secreta, es decir, calentarlo durante 15 minutos y cerciorarme de que llevo bien la raya en el ojo. Luego ya sólo se trata de lanzarlo cuesta abajo. A veces esto no funciona y hay que probar con llenar el depósito de combustible, que son las que más. Luego están las contraseñas de circulación, que si dos vueltas a la rotonda, que si “la puta de tu madre” y un largo etcétera de guiños a las más variopintas expresiones populares.


Aparcar exige otra contraseña, entendida ésta como el impuesto revolucionario que hay que pagar a unos señores amantes del tetra-brik que te “ayudan” a aparcar tu coche y te prometen que lo dejas en buenas manos. Dudo si dejarles la llave para que me lo cuiden mejor y ya si eso le den una lavaíta con zumo de uva bien azucarado.

Voy al cajero, introduzco mi fecha de nacimiento, me endeudo más; cruzo la calle, piso una baldosa y sigue sin salir dinero. Vuelvo al cajero, inserto una vez más la tarjeta con su pin correspondiente y aparece en la pantalla un señor serio y seguro. Me convence su discurso. "I want you", me embelesa.

Entro en la primera tienda que atisbo en la selva de hormigas alienadas. Doy una sonrisa al entrar y me devuelven un puñado de malrollo. Lleno el carro con cosas que no necesito, pero que seguro que alguna utilidad les buscaré: un taladro con el que abrir un agujero en el suelo donde guarecerme, una estufa de aire frío, un piano blanco que nunca tocaré –pero que hará juego con la pared-, un antifaz de zorra para adentrarme en la oscura tiniebla. Paso por caja con todos estos souvenirs y me cobra un muchacho con la cabeza sobre los hombros –menos mal, porque no me gustan los cuellos-. Cojo aliento, él suspira; le guiño un ojo, él mueve el boli acompasado; me saco una teta, él me indica que introduzca el pin de mi tarjeta para hacer operativa la compra.

Si quieren felicitarme por mi cumple, ya saben 12/08/1980; ah, y Feliz Año Par, que ya saben que el 12 hace el goce -¿o roce?-.

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