lunes, 6 de febrero de 2012

El cazador de erratas

El traje, impecablemente planchado. Elegante. La gabardina gris, entreabierta, permitía vislumbrar el reflejo de un reloj de cadena colgando del chaleco. La mirada precisa, el ademán serio, impasible. Agarra la cartera de piel negra y sale de casa, no sin antes calzarse su sombrero bombín. Comienza otra jornada ardua de trabajo.

Se para en el primer semáforo de la calle, abre la cartera, saca sus gafas del estuche, el paño que las acompaña y limpia minuciosamente las lentes: se las coloca suavemente, sin ánimo de destacar entre la multitud. De la misma cartera impoluta extrae un bolígrafo negro de punta gruesa y un marcador rojo.

"En este verano has algo que realmente funciona. ¡Controla tu peso! Llamanos. Evaluación corporal gratuita".

Con un ligero movimiento de cuello, da por finalizada la primera cacería del día. Guarda sus herramientas cuidadosamente en la cartera y prosigue su camino. Le empieza a doler la cabeza: su mirada se pierde entre carteles publicitarios que presumen de mayúsculas con total atrevimiento (Zapatos A Mitad De Precio). Esquiva las vallas de los altos edificios y se sumerge en el parque donde el enjambre de árboles y las camisetas sudorosas.

Prohivido votar basura”, reza el cartel que un eficiente can rocía de líquido amarillento. Hombre y can se miran fijamente; por unos segundos no pueden no dejar de observarse detenidamente.

Una madre grita a sus hijos: “Acabar ya de jugar”. El hombre del traje decide regresar a casa: le supera el uso del infinitivo con valor imperativo.

Se sienta en su sofá favorito, se descalza parsimoniosamente; saca su blog de notas y escribe el acontecer del día. Su bella mujer se le acerca: “Querido, ¿qué tal ha ido todo?”. El hombre del traje, ya sin gabardina y sombrero, se coloca sus gafas de lentes redondas y balbucea: “Habían muchos problemas”.

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