miércoles, 11 de abril de 2012

Amigazos (I)

¿Qué se estarán diciendo? ¿Qué se dirán estos personajes en la intimidad, fuera de los flashes y las sonrisas protocolarias?
Londres. 1999. La mujer del traje verde ha visitado en su residencia londinense al abuelito impecablemente trajeado que parece rendirse ante la dama en un gesto que bien podría interpretarse como “yo no fui, a mí que me registren”.

Ella comenzará agradeciéndole la ayuda prestada a la Corona Británica en la Guerra de las Malvinas (907 muertos) y en algún momento de la conversación afirmará: “Yo también estoy muy al tanto de que es usted quien llevó la democracia a Chile” (sic). Él sonreirá adolescente, se sonrojará ante tanta palabra bonita y ladeará la cabeza con una caída de ojos: “¡Ay, Margie, cómo eres!”.

Durante el té rememorarán sus pasados gloriosos, los de ambos; ellos con problemas de memoria (demencia los dos: él, cortical; ella, senil). Recordarán como las ideas económicas de Milton Friedman, padre del “monetarismo”, los unió más. Friedman, firme defensor de las libertades del mercado, quien se empeñó en demostrar la ineficiencia de la intervención de los gobiernos en la economía y calificó el golpe de Estado en Chile como “no más que un bache en la ruta”, “un período de transición” para lograr un crecimiento económico sostenido que proveería al mundo mundial de prosperidad.

Y harán chascarrillos sobre las protestas a las que se enfrentaron, las críticas recibidas: mineros, reducción del poder sindical, aumento del desempleo y la pobreza, privatización de empresas, torturas, asesinatos, desapariciones,… A él le saldrán las carcajadas –incluso las lágrimas- a borbotones cuando cuente cómo utilizaron el Estadio Nacional de Chile como centro de tortura para meses después acoger partidos clasificatorios para el Mundial de Fútbol Alemania’74.

Al final de la velada, envueltos en un grado de complicidad férreo, se intercambiarán confidencias relacionadas con la edad: él (83 años) le hablará del bastón que usa y de la posibilidad de adquirir una silla de ruedas –no se decide entre eléctrica o manual-; ella (74 años) comentará que a veces se le escapa “algún pipí” sin darse cuenta y de que usualmente tiene que pedir ayuda para enrollarse en su collar de perlas.

“Nos mantendremos en contacto”, se despedirá ella picándole un ojo –el de ella no el de él.

Documental "La doctrina del shock"

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