martes, 15 de enero de 2013

Habría muerto por amor…

Es de noche. Afuera hace frío. Afuera la perra juega con un hueso. Escucho el sonido del hueso dar contra el suelo: un golpeo juguetón no acompasado. Abro la ventana. Siento el frío en mi cara. Me gusta ese contraste. La perra me mira y sigue con su actividad. Habría muerto por amor.

Las rejas me separan de las montañas, cuyas curvas una vez imaginé que dibujaban mi carretera hacia ningún destino. Es el mismo firmamento que una tras otra ha escuchado mis plegarias. Con el corazón en un puño tembloroso, una vez pensé que podría morir de amor.

La perra cava un agujero en la maceta. No siente mi presencia. Si estuvieras aquí, te contaría mil y una historias sobre mis montañas y mis plegarias, y tú sonreirías y yo no dejaría que pasaras frío. Hubo un tiempo en el que yo habría muerto por amor.

El hueso ya está bajo tierra. Cierro la ventana. La humedad de la pared ha vuelto. Sus manchas, a veces, dejan entrever dolor y otras, las que más, tu cara –que viene a ser lo mismo-. Mi vida iba a ser otra. Algo salió mal. Y yo sigo muriendo de amor.

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