lunes, 6 de octubre de 2014

8F (apaguen sus dispositivos móviles)

Otra vez y tiro porque me toca. Vuelta a la casilla de inicio. (Re)inicie usted y abróchese el cinturón que se aproximan turbulencias. Regreso al nudo en la garganta, el corazón que palidece, la coraza más gruesa, pero al juego de la oca ya le tenemos cogido el truquillo. Las maletas se hacen solas, el diario del acontecer se escribe al revés, de izquierda a derecha para no perder las costumbres patrias.

Cork te recibe con los brazos abiertos, porque los apretones de manos protocolarios no se hicieron para ella: sus calles transitadas, su multiculturalidad, sus bares tentadores.

La ciudad te distrae con su juego de expectativas y tú nunca te vas a dar cuenta: primero te muestra un cielo azul de invierno radiante lleno de ganas de vivir, para luego caer sobre ti el gris lluvioso de una tarde de domingo. Y así te vas enganchando, como a una relación tóxica, como a una adicción con sus idas y venidas, sus subidas y altibajos.

Cork es una niña traviesa, de trenzas pelirrojas, que juega a saltar los puentes con el Río Lee. “Al pasar la barca/ me dijo el barquero/ las niñas bonitas/no pagan dinero”. La niña de las trenzas pelirrojas siempre consigue sacarle los colores a Lee, más cabizbajo y tímido, que se esconde bajo las faldas de Cork y aguanta hasta que explota inundando con su rabieta llena de lágrimas la ciudad. 

St Patrick's y el consumismo, el Mercado inglés y su algarabía, South Mall y sus hombres enchaquetados. Sonrisas, banjos, pintas y “ya veremos mañana”. Cork es más: es esto y lo otro, el resto… y todo lo demás

El tintineo de las campanas de Shandon anuncian que ahora es el turno del cielo azul...

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