lunes, 6 de junio de 2011

Instrucciones para convertir una palabra en neutra (o cómo el orden sí altera el resultado)

Una palabra no puede ser mala, ni tampoco buena; lo mismo que una bomba en el centro del corazón. Pero si se enciende la mecha o se acciona la palanca, ni el latir más inmortal lo resistiría. El mismo resultado obtenemos con las palabras: si gritamos AMOR, así, en mayúscula, sólo podremos esbozar una sonrisa; pero si unimos a este sustantivo el adjetivo “triste”, la cosa cambia, aunque no es lo mismo “un amor triste” que “un triste amor”. Vemos que el orden de las palabras sí altera el resultado.

Entonces tenemos un corazón, una bomba, un triste amor triste y palabras que quieren ser neutras, pero que no lo consiguen.


Comencemos por el principio. La palabra es engendrada en el pensamiento, donde habitan todas las palabras; van de un lado al otro, alteradas, golpeándose, gritándose palabras obscenas. Cada una quiere llegar a la meta, que es el nacer: un lápiz que escribe, una boca que habla. Tras el alumbramiento, llega el momento de la socialización, de los pactos de gobierno: que si eres un artículo buscarás un sustantivo y éste a su vez a un verbo que le de acción. Luego vienen las familias, esos párrafos con sus comas y sus puntos y aparte. Téngase en cuenta que aquí también hay clases: los adverbios son los progres, los que van de independientes; los adjetivos… ¡ay, esos dulces canallas siempre etiquetando a los demás! Los sustantivos se creen de la clase alta y los verbos, ¿qué decir de esos sigilosos cazadores de sintagmas?

Ante este escenario, es difícil ser una palabra neutra. Una puede intentar ir por libre, sin meterse en líos; sentarse en el bar London city y escribir Los premios. Una puede saludar holaquétal, visitar a la familia los domingos y charlar con los amigos sobre anticiclones y borrascas. Pero, ¿quién unió el azul al cielo y el blanco a este folio?

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