domingo, 9 de noviembre de 2014

An Laoi (Río Lee), o el escondite perfecto de cadáveres

Siempre que se abre la puerta de un ascensor presiento que va a parecer ante mí un cuerpo (muerto) colgado del techo. También, a veces, sospecho que vivimos dentro de una gran cúpula a modo de bola de nieve de cristal que una mano con dedos artrósicos y uñas escamadas y amarillentas agita a su antojo.

De la misma manera, aunque quizá un poco girando a la izquierda, cada vez que contemplo las turbulentas aguas y solitarios rincones del Río Lee, imagino que mi posible asesino podría deshacerse de mi anatomía con suma (o resta, qué más da) facilidad. Una piedra atada a mi inhiesto cuello y nadie jamás se iba a enterar. Ni Martin ni Rust encontrarían al culpable de tamaña gesta.

Si ocurriera el caso contrario, es decir, si yo fuera la asesina, sería muy minuciosa, no dejaría un cabo suelto. Iría desglosando cada pieza como si de un coche familiar se tratase, repartiendo cada trozo orgánico por toda la ciudad, alimentando a los peces y alimañas de este charco que hace de este pueblo una isla bañada en neblina con toques de película de suspense

Podría dedicarme a ello, abandonar mi prometedora carrera de profesora y comenzar la carrera de escondedora de cadáveres, todo un mundo de ventajas: libre de impuestos, horario flexible, sin jefes, dinámico. El precio variaría en función del volumen corporal. Absténganse encargos de obesos mórbidos. 

Si un día dejase de llover, si se acabasen las inundaciones, si este río se secase, todos los asesinos abandonarían la ciudad, dejaríamos de jugar al escondite inglés. Todo sería menos húmedo, más luminoso, menos triste

“14 horas mirando imágenes de cadáveres y esto es lo que comienzas a ver. Los miras a los ojos, incluso en una foto, y puedes leerlos. ¿Sabes lo que ves? Le dan la bienvenida. No al principio, pero justo ahí, en el último instante. Es indudablemente un alivio. Porque todos ellos tenían miedo y ahora ven, por primera vez, lo fácil que era simplemente dejarse ir. Después ven, en ese último nanosegundo, ven lo que eran. Tú, tú mismo, todo este gran drama, nunca fue más que un burdo engaño de la arrogancia y la estúpida voluntad, y puedes simplemente liberarte de todo eso, finalmente darte cuenta que no tienes que aferrarte tan fuerte. Darte cuenta de que toda tu vida, todo lo que amas, lo que odias, tus memorias, todo tu dolor, era parte de una misma cosa. Era todo un mismo sueño, un sueño que albergaste dentro de una habitación cerrada, un sueño acerca de ser una persona. Y como en muchos sueños, en el final hay un monstruo”. 
(Rust Cohle en True Detective)



1 comentario:

  1. Juan de los muertos, matamos a sus seres queridos, en qué puedo servirle?

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