Hoja de ruta>>> Comienzo del viaje

La tenue luz de una vela iluminará nuestro camino. Un hotel con vistas a la capital hará de testigo: yo pediré zumo y tú una cerveza bien fría, para luego intercambiar papeles, para luego mezclar seducciones. Sonreirás y no pararé de fotografiar todas las esquinas de tus comisuras.

Te engañaré con bebidas psicotrópicas, y si llueve y si los bares están cerrados y si prefiero estar contigo a solas… ya sabes adonde iremos: al lugar donde la música camina apoyada en agujas y un beso calla la pena por Umberto Eco.

“Imágenes llenas de hipótesis e iones se agolpaban por querer entrar; tuvo que ordenarlas, revisar cada fotograma y elegir una secuencia. Un comienzo podría ser: dos copas de vino en un sofá, luz casi desmayada de una vela, jazz en el tocadiscos y conversación tímida, susurrada”.

Las pecas de tu piel me servirán para indicarte el camino de baldosas amarillas, -bien podrían ser tres pisos sin ascensor-. Te indicaré minuciosamente las coordenadas del viaje que estamos iniciando, para luego desordenarlas y perdernos. En nuestro atlas aparecerán, seguro, ventiscas en puertos de montaña, que sortearemos con magistral audacia dentro de nuestro frágil planeador: encájate tus gafas de aviador, posa tu mejilla en mi espalda, ¡agárrate!, que iniciamos vuelo. Entre nubes otearé el horizonte, remolinos asecharán. Me abrazarás fuerte, sentiré tu piel. Traspasaremos valles, esquivaremos montañas.

“No sé hacer masajes, solo garabatos”, dijiste. Y yo pensé en ese preciso momento que no me importaría convertirme en unas simples líneas ilegibles trazadas con tus manos de dibujante.

Reikiavik será un buen lugar para dormir en una hamaca, o para ver la aurora boreal mientras escuchamos una voz histriónica cantar aquello de “It's Oh So Quiet” (mejor quizá, tal vez, podría ser, “La leyenda del tiempo” en voz de un catalán).

Todas son buenas intenciones, pero ya tener una intención contigo es algo maravilloso.